Serie: comunicación social pervertida.
Por: Benedicto Truman.
«Los contenidos críticos de la comunicación pueden eventualmente estar adecuados para corromper la reputación personal.»
A diferencia de las grandes corporaciones y organizaciones empresariales, los políticos y las personalidades públicas construyen marca con su nombre. Siguiendo las sentencias de Tom Peters hace más de dos decenios ‹‹hoy, en la Era de las Personas, tú debes ser tu propia marca››, puede interpretarse la configuración del branding personal como un fragmento de primer orden en el management contemporáneo, en el que el nombre propio sirve como patente para la contratación de consultorías, la ocupación de cargos públicos de libre remoción y nombramiento, como herramienta de gestión electoral de los políticos para luchar por plazas de elección popular, como instrumento de promoción de las personalidades intelectuales, como método de socialización de futbolistas y vinculados con el espectáculo.
La reputación y la crisis reputacional no solo incumbe a las organizaciones sino también a las personas privadas, a las personas como marca. Los escándalos que se ensañan con personalidades públicas afectan el buen nombre, la vida cotidiana y la calidad de vida de los afectados, a causa de los contenidos de denuncia de la comunicación social. Es un tema poco tratado por la literatura especializada aquel que relaciona las incidencias en la vida cotidiana de la crisis reputacional ocasionada por los escándalos públicos. Es menester proponer un sutil elemento analítico que nos permita echar luces sobre las consecuencias insospechadas de ver el nombre propio tratado como elemento de la agenda mediática.
Si Peters llama la atención, a propósito del branding personal, para la búsqueda de ‹‹aquello que nos hace diferentes y hacemos bien, potenciándolo al máximo para ganar presencia y relevancia››, el daño reputacional persiste en aquello con características negativas que nos diferencia, potenciando al máximo y añadiendo presencia y relevancia con valencias manchadas por escándalos públicos. Las informaciones espectaculares de la opinión que se encaminan a la denuncia de los personajes públicos hacen reconocible el diferencial adverso que pesa sobre la vida profesional y echa raíces en perjuicio de la totalidad de la vida personal de los involucrados, sus familiares y allegados. Tomaremos en consideración un estudio de caso.
Nestor Humberto Martínez había construido una imagen y una reputación con un perfil técnico de altas calidades intelectuales y profesionales. En un principio y antes de que se hicieran relevantes sus relaciones con el emporio financiero Grupo Aval, propiedad del banquero Luis Carlos Sarmiento Ángulo, la prensa lo mencionó como un superministro acreedor de una historia profesional de excelencia con una hoja de vida envidiable.
Una vez su relación con Aval fue expuesta, vinieron andanadas mediáticas de gran calibre. Las redes sociales con sus ya famosos hashtags lo bautizaron como el #FiscaldeOdebrecht, ─pues Aval era socio del gigante brasilero en varias licitaciones que fueron tachadas de corruptas e ilegales por el escándalo de sobornos para hacerse a contratos en toda Latinoamérica─ el fiscal de Sarmiento, el fiscal de Aval y ese precisamente fue el punto de reconocimiento para una reputación manchada. Empezaron a hacerse visibles las dilaciones y trabas que el caso de corrupción de la multinacional constructora brasileña cursaba en Fiscalía encargada de investigar el escándalo. La imagen de Martínez pasó de un superministro con las mayores calidades a conformarse definitivamente en la cabeza de gran de colombianos la reputación de un fiscal corrupto aliado de los intereses de los grupos privados.
A mediados de 2019 Martínez presentó renuncia a su cargo arguyendo inconveniencias con las decisiones de la JEP de extraditar a Jesús Santrich. Más allá y al margen de las razones concretas que pudieron o no haber motivado su dimisión, lo cierto es que en la cabeza de los colombianos, reputado su perfil como antes se describió, persistió la imagen de un funcionario que se enriqueció por su relación con Aval. Martínez terminó viviendo fuera del país, relegado al ostracismo gringo.
Puede interpretarse como una estrategia para limpiar la reputación de su nombre, su más reciente libro “Las dos caras de la paz”. Allí se narran aspectos del proceso de paz llevado a cabo entre la guerrilla las Farc y el gobierno colombiano a través de las diferentes posiciones ocupadas por Martínez y sus tomas de posición ante los diferentes puntos tratados en el acuerdo final. No había allí consignado mayor referencia al caso Odebrecht y si bien en términos legales está amparado por el derecho al libre ejercicio de su actividad profesional, en la mente de los colombianos persiste esta escandalosa relación que pesa en su contra. Una estrategia para desdibujar lo que ya se ha inscrito en la mente de los colombianos ha sido ésta, volteando los contenidos acusativos en detrimento suyo y poniendo una nueva agenda a circular a su nombre, a propósito de su papel en el proceso de paz.
Manchado su nombre, dimitiendo a su posición como cabeza del ente acusador, impelido a cambiar su residencia por una en el extranjero, y con una publicación que venga en su ayuda, Martínez ha visto enlodada su reputación ha tenido que afrontarla debatiendo los argumentos en su contra, se ha considerado su renuncia como acomodaticia y ha preparado una estrategia para contar su verdad y limpiar su nombre. Todo un caso de escándalo público, crisis reputacional y consecuencias en la vida cotidiana.