Estamos acostumbrados a señalar a los políticos que se roban la plata. Nos olvidamos que cuando señalamos con un dedo, los restantes de la mano nos apuntan a nosotros mismos. No podemos seguir echándonos las culpas unos a otros como si nada nos vindicara, como si la corrupción no tuviera que ver nada con nosotros mismos. Usualmente prendemos las alarmas cuando conocemos informaciones que advierten del saqueo de los recursos públicos, cuando se sugiere que un contralor no hizo lo que debía, cuando formamos una bola de nieve con la más reciente extorsión y corrupción policial, cuando vemos como jueces y magistrados se coluden para pasar en limpio a los más nefastos personajillos de nuestro acontecer nacional o cuando un gran delincuente recupera su libertad por negligencia amparado en procedimientos y tretas leguleyas.
La corrupción es en esencia una categoría ética y vincula lo más profundo de nuestras convicciones. No vamos a operar ningún cambio social en materia de corrupción que nos lleva a ser más honrados con nuestras propias certezas, si antes no operamos una transformación cultural y política. Dice un famoso sociólogo español residenciado en los Estados Unidos que el cambio social es producto de las transformaciones culturales y políticas. Lo que valora la gente se ve plasmado en las decisiones electores que conforman las instituciones políticas, cosa que imprime su huella en la totalidad de nuestra organización social. Si queremos un cambio, debemos ser conscientes de nuestras decisiones, no comprometer la tranquilidad de nuestra consciencia social por puestos de trabajo en las instituciones de gobierno, por un plato de lechona en la esquina, por una caja de aguardiente en las fiestas decembrinas o menos aún por el dinero que llegasen a pagar algunos por nuestros votos.
Por eso aquí quisiera, amables lectores, se me permitiese hacer una recomendación: estemos atentos y valoremos con sumo cuidado nuestras decisiones electorales. No estamos en los tiempos en los que los ciudadanos estaban poco informados y contaban con pocos insumos para optar por una opción política. Debemos auscultar detalladamente nuestros valores y aquellos que encarnan los políticos para tomar una decisión adecuada. No tenemos el divino derecho de corromper nuestras conciencias para luego estar quejándonos por los actos sucios de los políticos cínicos. La corrupción atraviesa a todos los ciudadanos, y no es lícito caer en lo que usualmente criticamos si antes corrompemos nuestro voto.